Traía demasiada prisa como para repasar un última vez mi lista mental de lo que no me debe faltar en mi recorrido a la escuela. Traía mi mochila que pesaba lo suficiente para hacerme creer que llevaba todo lo necesario y mi vestimenta parecía estar en orden; esos dos puntos me fueron suficientes. Así que, tomé mi bicicleta y salí dando un tremendo portazo que avisó al edificio entero que el ciclista ruidoso había dejado su piso.
Como me es costumbre en los primeros metros de recorrido recordé que era lo que había olvidado esta vez. El viento se sentía demasiado fuerte en mi cabeza y me avisaba de lo desprotegida que ésta se encontraba. Mi descuido se había manifestado en el olvido de ese importante instrumento de protección.
El cielo se nublaba y eso sólo aumentaba mis probabilidades de arrepentirme de haber olvidado el maldito casco. Decidí apresurar mi paso para evitar la lluvia que amenazaba con empezar a caer en cualquier instante. La idea de nunca haber visto un ciclista sin casco en medio de la lluvia me entretuvo un rato, decidí que era una reflexión que carecía de importancia y dejé de pensar en ello.
Cayó la primera gota y supe que la situación empezaría a empeorar. El cielo se deshizo en cántaros de agua que curiosamente endurecían mis hombros al caer sobre de ellos. Mis manos sentían un frío distinto al que había sentido a lo largo de mi vida, sentía que la sangre no fluía en mis manos y la lluvia dejaba de sentirse al caer sobre ellas. Noté que mis piernas perdían su cadencia y las encontré increíblemente pesadas, perdía velocidad y el resto de mi cuerpo se endurecía al igual que mis hombros.
Llegué a detenerme en seco y fue en contra de mi voluntad. Había perdido el control sobre mis extremidades y sólo podía voltear mi cabeza para ver la metamorfosis a la que mi cuerpo se había sometido. Gota que caía, gota que convertía mi piel en una especie de corteza. Mi cabeza se negó a moverse un centímetro más, quedé volteando hacia abajo viendo a mis piernas mezclarse con los fierros de la bicicleta. Me convertía en una especie de arbusto; mi corteza (antes piel) se comenzaba a cubrir por pequeñas hojas que me adornaban como una linda planta a un costado del camino.
Entonces comprendí que el casco no sólo protege la cabeza en caso de una caída, también prevé la posible transformación de un ser humano en un arbusto a un costado a lado del camino a causa de fuertes lluvias.